«El virus autoritario y grotesco de la corrección política»
Vittorio Messori es conocido en todo el mundo por ser un periodista y escritor católico de éxito; pero sobre todo por ser quien, después de su conversión y como laico, ha investigado las bases del catolicismo dando lustro de nuevo a esa antigua disciplina con un nombre aparentemente ingrato: la apologética. Luca del Pozzo le entrevistó para Tempi:
-Messori, ¿cómo y por qué se ha convertido en un apologista?
-No fue una elección, sino una necesidad. El hecho es que descubrí que era cristiano, incluso católico, de manera repentina, porque provengo de una familia emiliana [de la región Emilia-Romaña] anticlerical y de colegios de Turín totalmente agnósticos, incluso decididamente anticlericales. Mis profesores universitarios nos repetían que las pretensiones de verdad de la Iglesia se basaban en mitos, leyendas, equívocos, tal vez falsedades y engaños.
»Con todo este historial, mi primera necesidad fue, por consiguiente, investigar si era posible ser al mismo tiempo racional y creyente, si había un nexo entre fe y razón. Me puse manos a la obra y el resultado han sido veinticuatro libros que quieren responder a la misma pregunta, aunque desde perspectivas distintas, a saber: «¿Es verdad o no es verdad? ¿Realidad o ilusión?». Para mí la apologética no fue nunca una elección, sino una necesidad.
-Usted ha entrevistado para uno de sus libros, Encuesta sobre el cristianismo, a don Luigi Giussani. Respondiendo a la pregunta sobre el porqué de tanta aversión en esa época (1985) hacia Comunión y Liberación tanto fuera como dentro de la Iglesia, don Giussani dijo: «Muchos católicos italianos son clericales en el estilo y laicistas en la cultura; nosotros somos (o intentamos ser) lo contrario: religiosos en el plano cultural, laicos en el estilo». ¿También aquí reside el secreto del éxito de un libro como Hipótesis sobre Jesús, reeditado hace poco? ¿En el hecho de ser un libro religioso en los contenidos, pero totalmente riguroso y laico en el método?
-Inesperadamente, don Giussani me telefoneó a La Stampa (Turín), periódico en el que yo me ocupaba de Tuttolibri, el suplemento cultural. Quería conocerme y quedamos en un restaurante de Milán. Comimos juntos, solo nosotros dos. Había leído mi primer libro, Hipótesis sobre Jesús, que en estos meses ha sido reeditado y publicado por la editorial Ares, no la Sei, que ahora publica sólo textos escolares.
»Me preguntó directamente, sin ambages, si quería entrar a formar parte de Comunión y Liberación, un movimiento muy joven, jovencísimo, en esa época. ¡Hay quien diría que fue un escandaloso caso de proselitismo! Yo, en cambio, me sentí honrado y le dije, con total sinceridad, que considera que el grupo que había nacido y crecía alrededor de él era providencial y siempre que podía denunciaba en los periódicos, incluida la laicista La Stampa, todas las leyendas negras que, a veces, surgían alrededor de su figura y de sus jóvenes. Pero también le dije que mi vocación era la del francotirador solitario, del creyente con vocación de pensador y escritor apartado. Era un «católico libre» y sigo siéndolo. Y lo seré hasta el final.
Luigi Giussani (1922-2005) fue el fundador de Comunión y Liberación.
»Sí, es verdad: como usted dice, en mi Hipótesis sobre Jesús don Giussani encontró una perspectiva que coincidía con la suya. Y no sólo en ese libro: entonces yo tenía en Avvenireuna rúbrica, Vivaio, y a menudo me llamaba para felicitarme. En los «cielinos» [CyL] siempre he encontrado una comprensión y un afecto que me causaban asombro, sobre todo cada vez que iba al Meeting de Rímini para presentar un nuevo libro.
-Dado que ha aludido a ello, el leitmotiv vigente hoy en ámbito clerical corresponde a la siguiente afirmación: evangelización sí, pero proselitismo no. ¿Qué opina?
-¿Proselitismo a la manera sangrienta de los musulmanes, u ofreciendo dinero y privilegios a quien acepta el bautismo? Entre los católicos no hay nada de esto. Este leitmotiv es desconcertante: la impresión que uno tiene es que detrás de la palabra «proselitismo» se quiere esconder la palabra, ordenada por el mismo Jesús, que significa «apostolado». El resultado: se acabaron las misiones y adiós a los innumerables héroes que durante dos mil años (pero también ahora), han muerto a causa del Evangelio.
-¿Está preocupado por la crisis de vocaciones?
-Lo voy a decir brutalmente: sabiendo cómo funcionan y qué se enseña en gran parte de los seminarios, cada sacerdote de más es un problema más. Incluso un peligro más… Si los sacerdotes hicieran sólo esas cosas que únicamente ellos pueden hacer –la administración de los sacramentos y el anuncio del Evangelio-, no se necesitarían muchos. Del resto podríamos (y deberíamos) ocuparnos los laicos.
-En un ensayo reciente sobre el sacerdocio católico, Benedicto XVI ha defendido el celibato diciendo que «la llamada a seguir a Jesús no es posible sin ese signo de libertad y de renuncia a cualquier compromiso». Una advertencia bastante clara a la luz de lo que está sucediendo en la Iglesia sobre esta cuestión. ¿Qué opina?
-Mi primera reacción fue: ¡menos mal que Benedicto XVI no se ha encerrado en un monasterio lejano (algo que muchos, y yo mismo, considerábamos una certeza, y deseable además), cortando toda relación con el mundo, totalmente inmerso en la oración y en la meditación de los textos sagrados! Asombra la firmeza, aun con su habitual buena educación, con la que el Papa emérito excluye la posibilidad de cualquier cambio en el celibato sacerdotal, advirtiendo severamente de que este es uno de los pilares sobre los que se sostiene la Iglesia.
»Y, de nuevo, asombra también la aquiescencia, diría incluso pávido conformismo, de muchos cardenales y obispos: la propuesta de ordenar a los viri probati (posibilidad totalmente rechazada por Ratzinger, con una firmeza que no admite discusiones) ha sido aprobada en el Sínodo con la mayoría absoluta de los votos, y con sólo algunas expresiones débiles de perplejidad. Hace mucho rechacé la propuesta de mis directores de la época de quedarme en Milán. O incluso de ir a vivir y trabajar a Roma. Quería seguir mi investigación en paz, por lo que decidí mudarme a una pequeña ciudad a orillas del Garda. A pesar del aislamiento, me sucede a menudo que se pongan en contacto conmigo sacerdotes, frailes y algún que otro obispo. Le garantizo que no he conocido a ninguno que no se queje, preocupado, por la situación actual de la Iglesia. Pero también le garantizo que ninguno de ellos dice públicamente lo que me dice a mí de manera confidencial. Y si además les llaman para participar en un sínodo, todos votan en masa, sin expresar ninguna perplejidad, todas las propuestas, incluidos los notables de la Amazonia, llenos de hijos y jefes de sus comunidades, consagrados para celebrar la misa y administrar los sacramentos. Hay otro aspecto que hay que considerar cuando se habla de celibato.
-¿Cuál?
-Parece que gran parte de los sacerdotes prefieren la homosexualidad: entonces, ¿para qué les sirve una esposa? ¿O la decisión es dejar que se casen con un hombre, como hacen los protestantes, que -no es casualidad- se dirigen a gran velocidad, también por este motivo, a su extinción?
-A propósito de homosexualidad. ¿Tiene usted la impresión de que la Iglesia tenga la intención de admitirla?
-Los homosexuales siempre se han sentido atraídos por la Iglesia, los barcos, las fuerzas armadas, los bomberos y la construcción, al ser todas ellas, también hoy, realidades con un elevadísimo porcentaje de presencia masculina. Cada obispo católico lo sabía y vigilaba, dispuesto a no admitir al aspirante a seminario que se hubiera revelado gay, incluso después de haber superado el primer examen para estar seguro de sus tendencias. Pero llegó el Concilio y con él también entró en la Iglesia el virus autoritario y grotesco de la corrección política. Resultado: nada de discriminaciones y puertas abiertas a todos; el rechazo era sinónimo de comportamiento «fascista».
»Especialmente en países como Alemania e Inglaterra, o Estados Unidos, las jerarquías católicas se avergüenzan por no adaptarse a la mayoría protestante, donde los gays eran y son acogidos como privilegiados e incluso llegan a ser obispos, a veces «casados» con el hombre del que están enamorados. Sin llegar, al menos por ahora, a estos extremos, la presencia homosexual está cada vez más presente entre el clero católico. Llegar a admitirla pública y oficialmente, como me plantea usted con su pregunta, me parece harto difícil, visto que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento condenan la homosexualidad de manera indiscutible y severa.
Del 21 al 24 de febrero de 2019 tuvo lugar en el Vaticano una cumbre mundial para la protección de menores ante los abusos provenienes del clero.
»Sin embargo, se ha recurrido a un truco del que muchos católicos no se han dado cuenta. Se organizó una cumbre mundial sobre la sodomía en la Iglesia, pero se ha conseguido no pronunciar nunca, y digo nunca, las palabras «homosexuales» y «homosexualidad». El congreso estaba rigurosamente restringido a la pedofilia, la violación sexual de niños, una perversión bastante rara, como raros son los niños que se quedan solos en la sacristía o en el oratorio. Según las tristes estadísticas, más del 80% de las víctimas violadas o que han sufrido abusos estaba y está formada, no por niños, sino por adolescentes, muchachos, jóvenes. En resumen: no pedofilia, sino «normal» pederastia homosexual. Pero esto no se podía decir, para no condenar a los señores homosexuales, numerosos y poderosos.
-Usted y su esposa Rosanna tuvieron que esperar veinte años para que se anulara su primer matrimonio. Veinte años en los que obedecieron a la Iglesia viviendo como hermano y hermana. Si les hubiera sucedido hoy, lo habrían tenido más fácil. ¿Remordimientos?
-Todo es providencia: si las cosas han ido así, es porque así tenían que ser. He enmarcado y puesto en mi escritorio las palabras tranquilizadoras de Dante: «Et in sua Voluntade è nostra pace» [«En su voluntad está nuestra paz»]. Ni Rosanna ni yo sentimos rencor ni amargura: una espera tan larga lo que ha hecho, en el fondo, es purificar y reforzar de manera extraordinaria las raíces de nuestro amor.
Vittorio Messori junto con su esposa, Rosanna Brichetti.
-Usted ha dejado todas sus colaboraciones periodísticas, y sus salidas púbicas son cada vez más escasas. ¿Es porque considera que ya ha dicho todo lo que tenía que decir? ¿O hay algo más?
-Tengo, desde hace años, un contrato de colaboración con Il Corriere della Sera, que espera de mí que escriba cosas religiosas. Pero después de lo que ha sucedido y lo que sucede en la Iglesia, la relación se ha debilitado mucho.
»También he querido distanciarme de la RAI, en la que era una presencia habitual en el programa Porta a Porta. Los motivos: en parte, porque me encontraría en dificultades con los otros invitados, y tal vez teniendo arduos desencuentros con ellos; en parte, porque ese programa implica, para mi edad, mucho cansancio entre aviones, taxis, horas en esos incómodos sillones blancos de plástico, escuchando a veces estupideces a las que no puedes reaccionar, restaurante, noches de hotel.
»Por último, he escrito mucho para los amigos de Il Timone y la Bussola, desde los inicios, por lo que los lectores saben muy bien qué pienso. Ha llegado el momento de hacer una pausa, también porque hay excelentes vaticanistas que siguen con valentía y competencia lo que sucede en la Iglesia. No soy necesario. Además, para mi silencio público hay un motivo que supera a los otros.
-¿Cuál es?
-Bueno, escuche… según las estadísticas -y tal vez pueda respetarlas- y según el Salmo 90 (que fija como meta rara y última los ochenta años), mi esperanza de vida, a los 78 años, es poca. Antes de despedirme y de pasar a mejor vida (y espero que, también para mí, sea verdaderamente mejor), me gustaría intentar terminar un par de libros, que ya tengo empezados y que prometí a los lectores.
»No sólo: aún existen obras mías en el catálogo de la editorial Sei, ahora suprimido, y que tengo que revisar para su reedición, dado que todavía las piden. En resumen: diciéndolo como lo expresa la Biblia, para mí el tiempo se ha hecho breve. No me apetece dedicarlo a seguir, ahora que ya soy anciano, a un Papa anciano. Pienso mucho -con obligado temor y con gozosa esperanza- en la vida eterna, que ya está próxima. Ya no tengo tiempo ni ganas de polémicas ni agresiones, como me sucedió cuando expresé, en Il Corriere, con todo respeto y mesura, algunas perplejidades (y no críticas, como se ha dicho). Me amenazaron e insultaron personas que ni siquiera habían leído mi artículo. Incluso se creó un comité que pretendía que Il Corriere anulase mi contrato de colaboración. En conclusión: prefiero emplear mi tiempo para rezar un rosario ad bonam mortem pretendam que a escribir un artículo o participar en un debate.