Pero apareció Dios: es diácono y pronto sacerdote
Carlos Iván Campos Arévalo es un joven salvadoreño de 27 años que ya ha sido ordenado diácono y que pronto será sacerdote. Durante los últimos años, y ante la necesidad de tener una buena formación de cara a su ministerio su obispo le envió a Roma, donde ha podido estudiar gracias a una beca de CARF (Centro Académico Romano Fundación).
Este joven aspiraba a estudiar una carrera y casarse, pero Dios se interpuso en su camino y se enamoró de Dios de tal manera que quiso entregarle la vida entera como sacerdote. Él mismo cuenta su testimonio:
«Descubrí mi vocación gracias a mi párroco y amigos de confianza»
«Nací en la ciudad de Ahuachapán, departamento de Ahuachapán en El Salvador en la América Central. Soy el tercero de siete hijos del matrimonio entre Ismael Campos Arana (quien ya ha fallecido) y Gregoria Bernarda Arévalo Henríquez. Cuando terminé la educación básica me trasladé a la capital, a San Salvador donde viví durante 5 años en los cuales cursé la educación media (bachillerato) y al mismo tiempo me incorporé al trabajo pastoral en mi parroquia “San José de Las Flores”, en Tonacatepeque, San Salvador.
Durante estos años, mientras estudiaba y trabajaba, en mi tiempo libre me dedicaba a colaborar en las actividades parroquiales, donde me desempeñé como coordinador de pequeña comunidad (sistema de nueva evangelización en América Latina), y fue en ese tiempo en el que maduré la idea de la vida consagrada como sacerdote, acompañado por mi párroco.
Curiosidad por la vida consagrada
Mi gran sueño era entrar a la universidad, estudiar contaduría pública y después casarme, pero en el año 2011 comencé a sentir curiosidad por querer conocer la vida consagrada, nunca lo pensé de niño, pero era algo que estaba dentro de mí, así que busqué ayuda y comencé a dar los primeros pasos para entrar al seminario, con el apoyo de mi párroco y de algunos amigos con quienes tenía la confianza de hablar sobre un tema muy delicado y a la vez muy importante para mi vida.
Recuerdo que en agosto del 2011 fui a pedir información sobre las convivencias vocacionales que se realizaban en el “Seminario Mayor San José de la Montaña” en San Salvador. El año 2012, el 24 de marzo fui a la primera convivencia con muchos miedos, curiosidad y en mi interior me decía: si me gusta regreso el próximo mes, sino seguiré mi vida como hasta hoy, ayudando y sirviendo cuanto puedo.
La verdad es que me gustó y regresé una y otra vez hasta el mes de octubre que las convivencias llegaban a su final, venía la segunda parte del proceso, era un retiro de tres días. en el Seminario Benjamín Barrera y Reyes, en la diócesis de Santa Ana.
Una semana en el pre-seminario
Después venia la tercera parte del proceso, era una semana en el seminario (pre-semianrio) San José de La Montaña, en la Arquidiócesis de San Salvador. Fui y la verdad terminé todo el proceso muy contento, y no miento que con mucho miedo porque en mi mente y mi corazón había deseado ser un profesional, casado y con una familia, como mis padres.
Para mi el matrimonio era un sueño porque nací dentro de un matrimonio cristiano y aunque me alegraba estar al final de este proceso, me daba miedo que la respuesta de los padres fuera de aceptación al seminario.
Dudas y miedos
De hecho, fue así. El 22 de diciembre de ese año tuve la entrevista con Mons. José Luis Escobar Alas, nuestro arzobispo hasta el día de hoy. Mientras estaba de camino, recuerdo que subí al autobús y mis manos sudaban, en mi mente decía: “Señor, espero que me digas que no. Sabes que nunca he pretendido ser sacerdote y si fui y realicé este proceso es porque lo único que me importa es hacer tu voluntad, que me cuesta mucho hasta este momento entender y aceptar”. A fin llegué al arzobispado y esperé mi turno. Moría de nervios.
Después de varios minutos entré y me senté. Monseñor me preguntó de dónde era, cual era mi parroquia, quién era mi párroco, etc. Todas preguntas generales. Al final dijo: «veamos su informe». Leyó lo que los padres decían sobre mí y al final dice: los padres y yo creemos que usted puede ser un buen sacerdote, siempre que se esfuerce y responda con generosidad a Dios. Me quedé mudo, la respuesta cambiaba mis planes, ahora eran los planes de Dios, no más los míos.
Ese día todo cambió, sentí en mi corazón la necesidad de responder a la llamada de Dios. Ese día no le comenté nada a nadie, a mi mamá se lo dije después, era algo que tenía que procesar y tomar una decisión, porque nadie entra al seminario por obligación, es una decisión totalmente libre, en todo momento se es libre.
Después de una semana hablé con mi mamá y le dije todo, ella sabia que estaba en el proceso, pero creo que ni ella se lo creía, sabia que nunca mencioné nada al respecto. Recuerdo que ella al escucharme, me vio y dijo: «Si eso te va hacer feliz, también yo lo seré».
El 27 de enero del año 2013 entré al seminario Benjamín Barrera y reyes para realizar el año propedéutico. El 10 de enero del 2014 inicié mis estudios filosóficos en el Seminario San Juan XXIII, en Santa Ana, terminando en noviembre del 2015. El 5 de enero del 2016 ingresé al Seminario Mayor San José de la Montaña, en San Salvador para iniciar los estudios teológicos.
Ese mismo año en febrero me dieron la noticia que el arzobispo había decido envíame a terminar mis estudios a Roma, en “Pontificio Colegio Internacional María Mater Eclesiae. El 24 de junio del 2019 culminé mi formación teológica en Ateneo Regina Apostolorum y fui ordenado diácono en la Catedral de San Salvador, El Salvador el 17 de agosto del presente año.
Muy agradecido con todos vosotros que me permitís tener una beca de estudios, porque el fin no es buscar mi bien personal, sino el bien de mi diócesis, de muchas personas que necesitan de nuestra ayuda, pero esta ayuda no es posible sin la generosidad de vosotros